LOS HERMANOS MELLIZOS, STALIN Y HITLER

Autor: Martín Hernández

Fecha: septiembre de 2017

Publicado en: Marxismo Vivo – Nueva Época N.º 10

Quiso la ironía de la Historia que Stalin (y sus seguidores) fuesen vistos por las masas como los abanderados de la lucha contra el fascismo, cuando la realidad fue bien diferente. En el marco de su teoría del “socialismo en un solo país”, que se concretaba en su política de “coexistencia pacífica con el imperialismo”, nadie defendió tanto al fascismo como Stalin.

Stalin traicionó la Revolución Rusa, fue su sepulturero; sin embargo, mientras asesinaba uno a uno a los dirigentes del Partido Bolchevique y a los héroes de la Guerra Civil, hábilmente usurpó esa revolución y consiguió ganar un gran prestigio sobre la base de los impresionantes logros de esa misma revolución. Lo mismo hizo con la lucha contra el fascismo.

Stalin fue el gran aliado de Hitler, y fueron las masas de la URSS las que, a pesar de su dirección, derrotaron a las tropas de Hitler y con ello definieron el resultado de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, Stalin, una vez más, usurpó el resultado de esa lucha heroica que él traicionó, para aparecer como su gran abanderado.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en función del papel jugado por la URSS en la derrota del fascismo, el prestigio del usurpador Stalin fue tan grande que los partidos comunistas de todo el mundo tuvieron un crecimiento espectacular.

Por ejemplo, el Partido Comunista Chino, que en 1937 tenía 40.000 miembros, en 1945 llegó a 1.200.000, y en 1947 a 2.700.000. El Partido Comunista Italiano, que en los comienzos de 1943 tenía 5.000 miembros, en el año 1946 llegó a 2.000.000; por su parte, en Francia, el Partido Comunista llegó a tener 1.000.000 de miembros en 1946. En otros países, como en el caso de Inglaterra, donde el Partido Comunista siempre fue pequeño, también se dio un gran crecimiento después de la Segunda Guerra Mundial. En 1939 contaba con 18.000 miembros. En 1944 llegó a 50.000. De la misma forma, en la India el PC, que contaba con 16.000 miembros en 1943, llegó a 90.000 en 1948.

Durante la Segunda Guerra Mundial las masas repudiaron el fascismo por sus ataques a las libertades democráticas, a las organizaciones obreras, por su antisemitismo, por sus persecuciones, sus crímenes, sus campos de exterminio, sus atrocidades, y vieron en Stalin al abanderado de la lucha contra el fascismo, sin ser conscientes de que en la URSS Stalin encabezaba un régimen igual que el de Hitler en Alemania. En realidad, tomando la opinión de Trotsky, era un régimen peor, “por su crueldad”. Pero no era solo eso. Stalin ayudó directamente a Hitler a llegar al poder, y lo volvió a ayudar durante la Segunda Guerra Mundial.

En los inicios de la década del ’30, el nazi-fascismo tuvo un gran ascenso en Alemania, un país en el cual se concentraba la más poderosa clase obrera del mundo, dirigida por el Partido Socialdemócrata y por el Partido Comunista.

Existían todas las condiciones para parar al fascismo. Para eso, bastaba que la clase obrera se uniese y se enfrentase de forma armada al fascismo, en las calles, en las fábricas y en los barrios.

Trotsky llamó una y otra vez a que el Partido Comunista llamase a la socialdemocracia a construir un frente único para parar el fascismo. Pero Stalin se

negó, con el argumento de que la socialdemocracia sería “social fascista”. En realidad, ese justificativo ridículo ocultaba los acuerdos más profundos que Stalin ya tenía, o buscaba tener, con Hitler. Jan Valtin, que fue un dirigente comunista alemán en esos años, en su libro La noche quedó atrás cuenta cómo el PC Alemán organizaba piquetes armados, junto con los nazis, para atacar las concentraciones de la socialdemocracia y asesinar a sus militantes.

Esta política de Stalin posibilitó la llegada de Hitler al poder en 1933, lo que significó la mayor derrota de la clase obrera mundial desde la Primera Guerra.

La más poderosa clase obrera del mundo, por responsabilidad de la socialdemocracia y del estalinismo, sufrió la más grave derrota que se pueda imaginar.

Fue derrotada por el fascismo, sin luchar. La derrota de la clase obrera alemana fue de tal magnitud que hasta el día de hoy, pasados ya más de 80 años, ella no recuperó su capacidad de lucha y organización.

El pacto Molotov – Ribbentrop

Pero las traiciones del estalinismo no pararon por ahí. En el año 1939, poco antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, los ministros de relaciones exteriores de Alemania y la URSS firmaron un pacto que llevó el nombre de sus firmantes. El Pacto Molotov – Ribbentrop, también conocido con el nombrede Pacto Hitler – Stalin.

Ese pacto tenía algunas partes públicas y otras secretas (que solo fueron descubiertas algunos años más tarde), pues si bien Hitler no ocultaba sus propósitos, Stalin, por el contrario, como “abanderado de la Revolución de Octubre”, no podía hacer lo mismo.

Ese pacto, firmado el 24 de agosto de 1939, en el momento en que Alemania estaba pronta para iniciar la Segunda Guerra Mundial, declaró la paz entre la URSS y Alemania por el plazo de 10 años.

Esa “paz” tenía el siguiente contenido. La URSS no podía aliarse a nadie que atacase a la Alemania nazi y viceversa. Por otra parte, la URSS se comprometía a no hacer nada frente a la inminente invasión de Alemania a Polonia. Esta era la parte pública. La parte secreta establecía que Alemania solo llegaría hasta la mitad del territorio polaco para permitir que las tropas de Stalin invadieran y ocupasen la otra mitad, cosa que acabó ocurriendo algunos días después de la entrada de Hitler en Polonia.

El pacto también establecía que las tropas de Hitler invadirían Lituania, mientras que las tropas de Stalin ocuparían Estonia y Letonia así como regiones de Rumania y Bulgaria.

El pacto incluía además acuerdos comerciales. Stalin se comprometía a abastecer con petróleo y trigo a Hitler para garantizar el esfuerzo de guerra alemán, mientras que Hitler suministraría armas para el Ejército Rojo.

Este pacto duró hasta el 22 de junio de 1941, cuando Hitler rompió en forma unilateral el acuerdo con Stalin y, por medio de la Operación Barba Roja, invadió la URSS con 2.700 aviones, 3.000 tanques, 600.000 caballos y cuatro millones de soldados, en lo que fue la mayor operación militar de todos los tiempos.

Los servicios secretos soviéticos, que actuaban en Alemania y el Japón, así como el servicio secreto de Inglaterra, le informaron a Stalin el día en que comenzaría la invasión. La información del servicio secreto ruso en Alemania, comandada por Leopold Trepper, al frente de la organización que había creado, la Orquesta Roja, fue de una precisión milimétrica (le informó el día y la hora en que comenzaría la invasión), pues el taquígrafo del alto comando alemán era uno de sus agentes. Sin embargo, las tropas rusas fueron tomadas por sorpresa por el ataque alemán, pues Stalin, en función de su total confianza en Hitler, no les creyó a sus propios agentes. Los resultados de ese ataque “sorpresivo” fueron devastadores.

Pero el ataque sorpresivo no fue el único problema que tuvo el Ejército Rojo frente a los alemanes. El otro problema fue que el Ejército Rojo estaba sin comando.

Por un lado, el “Comandante Supremo” Stalin, traicionado por su amigo, entró en una crisis profunda y se fue a refugiar en su dacha por diez días, en los cuales no atinó a dar ninguna orden para organizar la defensa contra la masiva invasión nazi.

Por otro lado, el Ejército Rojo estaba descabezado, porque Stalin, en su furia asesina contra la mayoría de los que habían dirigido la victoriosa Guerra Civil, en los últimos años había mandado a fusilar a treinta mil oficiales.

De noventa generales que tenía el Ejército Rojo, en el momento de la invasión solo seis habían sobrevivido. De ciento ochenta jefes de distrito solo quedaban cincuenta y siete. El lugar de los más experimentados comandantes había sido ocupado por nuevos e inexpertos oficiales serviles a Stalin, que poco o nada podrían hacer frente a la arrolladora entrada del experimentado ejército alemán.

El primer día de la invasión, la aviación alemana destruyó 1.800 aviones soviéticos, los que, tomados por sorpresa, no alcanzaron a despegar. El segundo día fueron 2.700.

Un mes después de iniciada la invasión, los alemanes habían perdido 97.200 hombres y los soviéticos habían perdido 350.000, además, los alemanes habían llevados presos a 819.000 soviéticos mientras que estos solo habían apresado a 5.335 alemanes.

Stalin, un día después de haber salido de su escondrijo y once días después de la entrada de los alemanes, fue a la radio y transmitió un discurso a toda la población, en el que dijo:  “Todos los ciudadanos soviéticos deben defender cada centímetro de su piso, deben luchar hasta la última gota de sangre, con la iniciativa y osadía propias de nuestro pueblo”.

Stalin, desesperado frente a la catástrofe que se avecinaba, por primera vez apeló a su pueblo. Y el pueblo ruso y del resto de la URSS respondió a la apelación de su traidor conductor. A partir de ese momento comenzó, de verdad, la resistencia a la invasión nazi. Las masas, en forma heroica, dieron hasta la última gota de su sangre para parar a la bestia fascista, y lo consiguieron.

La última gran batalla fue la de Stalingrado. El 2 de agosto de 1942, cerca de 300.000 soldados alemanes cercaron la ciudad, pero, a posteriori, un millón de soldados rusos, del pueblo, recién incorporados al Ejército Rojo, rodearon a los cercadores. A partir allí se inició una batalla que duró más de cinco meses (hasta el 5 de febrero de 1943).

Los rusos ganaron la batalla, pero a costa de dar hasta la “última gota de sangre. Al terminar la batalla, la más grande de la historia de la humanidad, los muertos rusos, entre soldados y civiles, pasaba de un millón.

Esa batalla, ganada por las heroicas masas rusas, significó la derrota de la invasión alemana y definió el resultado de la Segunda Guerra Mundial. Poco tiempo después, dos millones de soldados rusos atravesaron Europa y ocuparon Berlín. La guerra, de hecho, había terminado.

Stalin, con sus nuevos amigos, Roosevelt y Churchill, conmemoraba; y él en particular, hermano gemelo de Hitler, usurpando una vez más la lucha de las masas soviéticas, se transformaba en el abanderado de la lucha contra el nazismo.

Leopold Trepper, el espía soviético en Alemania, que arriesgando su vida y la de sus compañeros había mandado decenas de avisos a Stalin informándolo sobre la preparación de la invasión de Alemania, y que luego le avisó el día y la hora en que comenzaría la operación “Barba Roja”, cuando terminó la guerra se dirigió a Moscú. Allí, lo primero que hizo fue presentarse ante su superior del servicio de inteligencia, quien le planteó que ahora tendrían que ver su próximo destino. Trepper lo interrumpió para decirle que antes de discutir su próximo destino quería saber por qué sus informaciones desde Alemania no habían sido tenidas en cuenta. No le permitieron decir una palabra más. Fue preso y enviado por diez años a Siberia. Ni siquiera le permitieron visitar a su familia (la que creyó que había muerto en la guerra) si bien, dentro de todo, fue un privilegiado. A diferencia de miles de revolucionarios y de otros miles de héroes de guerra, no lo fusilaron.

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